VINOS

El Origen de la Viticultura en Sevilla

Hasta el momento, podemos decir que en Andalucía existen evidencias palinológicas (La palinología es una disciplina de la botánica dedicada al estudio del polen y las esporas), de existencia de vid en las turberas de El Padul (Granada), fechada en el Pleistoceno medio (Periodo comprendido entre 700.000 Y 130.000 a.c.).
Así como en la Laguna de las Madres (Huelva) pertenecientes al Holoceno (Periodo que comprende los últimos 12.000 años aproximadamente). Las poblaciones de vid silvestre andaluzas corresponden al taxón Vitis vinifera L. subespecie sylvestris.
Siguiendo las distintas líneas de investigacióm actualmente puestas en marcha, ha de destacarse que durante el neolítico tanto en Sevilla como en el resto de la Península Ibérica la única vid de la que se tiene constancia es la vid silvestre, es cierto que existen pruebas carpólogicas (La carpología es una disciplina de la botánica que se dedica al estudio de las semillas y los frutos) de diferentes yacimientos paleolíticos que sirven para avalar la existencia de un consumo humano de las bayas tanto en la época cazadora – recolectora, como en el neolítico y el calcolítico. La vid silvestre durante el Holoceno era muy frecuente en los ecosistemas mediterráneos y hay evidencias de que las poblaciones mesolíticas recolectaron y consumieron sus frutos. Y no hemos de olvidar que de épocas mucho más recientes se han recogido testimonios sobre el consumo directo de uvas silvestres, junto a moras, tagarninas y espárragos trigueros, durante la última posguerra en Andalucía y Extremadura.
Así Los restos carpológicos hallados en las diversas fases de la cultura de los Millares (finales del IV milenio a.c.) y de la cultura argárica (mediados del III a mediados del II milenio a.c) las dos en el sureste español, corresponden, aún, a semillas de procedencia silvestre. Los restos carpológicos más importantes de semillas silvestres en la Península son los de Castellón Alto, en el pueblo granadino de Galera, pertenecientes a este horizonte argárico. Así esas bayas de vid silvestre no sólo contribuyeron en la alimentación, sino que es muy posible que de ellas se extrajera algún tipo de brebaje, después de fermentar y que se bebiera en estas copas argáricas como la de la foto (Museo arqueológico de Lorca, Murcia). 

Los frutos de la vid silvestre se utilizaron en los VII o VI milenios a.C., como fruta fresca y, puede ser, para hacer una bebida. Según el profesor Rafael Ocete Rubio, de la Facultad de Biología de Sevilla y un gran conocedor y especialista en la vid silvestre, está ha tenido diversos usos tradicionalmente desde tiempos muy pretéritos; usos medicinales, para la celebración de rituales funerarios, para la extracción de su acido tartárico para la elaboración de cerámica, para la realización de aros para nasas y maromas, como portainjertos y como ya hemos apuntado, en la alimentación y en la enología.

Como plantea Alain Huetz de Lemps en el prólogo al libro: Caracterización y conservación del recurso fitogenético vid silvestre en Andalucía «el estudio científico de la vid silvestre realizado por este equipo permite, no solamente responder a muchos problemas históricos, sino que igualmente demuestra que las vides silvestres pueden considerarse como reservas genéticas. La tendencia actual a la simplificación de las cepas en los viñedos y a la producción de vinos con 100% de una única variedad, hace necesaria más que nunca la protección de las vides silvestres que aún quedan en España, que podrían eventualmente servir como recurso fitogenético. Estas vides pertenecen a ecosistemas naturales amenazados por las actividades humanas. La vid silvestre se encuentra en la lista de las especies a proteger establecida por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Parece indispensable que, en España, como en otros países de la Unión Europea, las poblaciones espontáneas de vid silvestre de los bosques de ribera gocen de una protección legal».

En la actualidad aun existen poblaciones de vid silvestre en nuestra provincia, la mayor parte dentro del Parque Natural de la Sierra Norte. La gran mayoría de poblaciones de vid silvestre se localizan en ambientes riparios, en bosques de ribera o en galería, asociados a corrientes fluviales.
En la provincia de Sevilla, dentro del Parque Natural de la Sierra Norte, se encuentran 7 poblaciones de vid silvestre, todas ellas encuadradas dentro de la cuenca hidrográfica del río Guadalquivir. Entre los términos municipales de Guillena y El Garrobo, cercana al embalse de La Minilla, en el río Rivera de Huelva, se encuentra la población de vid silvestre más numerosa de las descritas hasta ahora en la Península Ibérica y, probablemente, una de las mayores de toda Europa. El número de individuos puede estimarse en unos 130, dispersos sobre un área aproximada de 5 kilómetros cuadrados. También en la provincia de Sevilla, entre los términos municipales de San Nicolás del Puerto, Cazalla de la Sierra y Constantina, en el río Rivera del Huéznar, se localiza una población de 55 ejemplares, siendo uno de ellos el de mayor perímetro de los hallados hasta el momento dentro de la Península Ibérica.
Como ya hemos referido en otro momento, la investigación sobre el origen de la vid y sobre todo del vino en la península Ibérica y las zonas geográficas que la componen como es el caso de Sevilla se encuentra aún en pañales, aunque también, no nos cansaremos de decir que existe un gran esfuerzo, tesón y trabajo por muchos investigadores y científicos empeñados en despajar esta incógnita.
En Sevilla durante todo el periodo neolítico, que podemos cifrar sus inicios entorno al VI milenio a.c. así como todas las subdivisiones del mismo (eneolítico o calcolítico, edad del bronce) y hasta el final del segundo milenio a.c. no existen evidencias claras de consumo de vino y mucho menos de la producción del mismo.
Varios son los horizontes culturales existentes durante este periodo en nuestra provincia, desde la llamada “Cultura de las Cuevas” como las existentes en Cazalla de la Sierra, La cueva Chica de Santiago, o en Puebla del Río, y otros asentamientos a cielo abierto como los existentes en la margen derecha del río Corbones en Carmona (Las Barrancas, Los Álamos y San Pedro).
Otro de esos horizontes culturales son los denominados “constructores de Dólmenes”. En la provincia de Sevilla hay más de 90 dólmenes localizados en zonas como Alanís, Alcalá de Guadaira, Almadén de la Plata, Burgillos, Carmona, Cazalla de la Sierra, Lora del Río, Utrera y Valencina (con uno de los conjuntos de mayor importancia, datados entre 1800 y 1500 a.c.). De ninguno de ellos se tiene noticias, hasta el momento, de consumo de vino, tampoco se tienen evidencias de ello en los poblados y asentamientos del denominado Bronce Pleno, como la Fase I del poblado de Setefilla (Lora del Río), que abarca la segunda mitad del siglo XVI a.c.
Así pues, Sevilla, al igual que el resto de la Península Ibérica fue primero consumidora de vino. Un vino que llegó del Mediterráneo Oriental, un vino que en un principio tenía un consumo minoritario, principalmente por las elites de la sociedad ibérica. Ya que este primer vino era objeto fundamentalmente de intercambios o de regalo entre los comerciantes y esas elites.
En este sentido algunos hallazgos arqueológicos corroboran esta afirmación, como las cerámicas halladas en Fuente Álamo (Almería) datadas hacia el 1600 a.c., o los fragmentos de crátera y una copa de factura micénica (Heládico Reciente IIIA – 1300 a.c) proceden del yacimiento “El Llanete de los Moros (Montoro, Córdoba), o los fragmentos de grandes vasos a torno aparecidos en el yacimiento de La Cuesta del Negro (Purullena, Granada), pertenecientes al Bronce tardío. Es sabido que el Mundo Micénico era un gran consumidor y productor de vino, así lo atestiguan entre otras cosas, una tablilla dañada de Pilo en la que se hace referencia por lo menos a 1.100 vides, y un gran edificio del complejo del palacio de Ano Englianós que contenia grandes jarras fue identificado por los excavadores como almacen de vino y esto se confirmo después por la presencia de sellos con el ideograma para vino (el ideograma que representa al vino, según se cree, es una vid que crece sobre un entramado de madera). El nombre griego, en micénico es woinos, es un miembro de un grupo de palabras para el “vino” ampliamente extendida por el Mediterráneo y el Oriente Próximo. En cualquier caso este comercio entre la Península Ibérica y el mundo micénico, que debió realizarse mediante intermediarios, muy probablemente sardos, tuvieron un carácter puntual. 

Pero sin duda, la cerámica que mejor atestigua la llegada del vino, son las ánforas arcaicas de tipología fenicia que pronto comenzaron a fabricarse en la península y que son conocidas como R.1, así mismo la presencia de estas ánforas sugiere la existencia de una producción agrícola local susceptible de ser comercializada. El contenido de esos recipientes debía de ser tanto aceite, como vino y salazones.

Estas primeras producciones llegan a las costas peninsulares hacia el siglo VIII a.C. y se caracterizan por su pequeño tamaño (40-50 cm. de altura), por tener la parte inferior más ancha que la superior, con la característica forma “de saco”, por presentar una carena más o menos marcada en el hombro y por tener el labio levantado. Los talleres del Sur de la Península Ibérica pronto empezaron a fabricar ánforas siguiendo estos parámetros; (en la foto ánfora fenicia, cerámica a torno R.1; en el Museo arqueológico de Sevilla). 

La vitis vinifera subsp. vinifera, debió introducirse en la Península Ibérica a raíz de la colonización fenicia (los fenicios “los rojos” como los llamaban los griegos debido a las telas teñidas de púrpura que fabricaban tenían su patria en la actual región del Libano), la más antigua que llega a nuestras costas fueron los habitantes de Tiro, gentes con gran tradición en su cultivo y comercialización. La presencia fenicia en occidente y la interacción con la sociedad indígena existente conllevo cambios en la cultura material de la misma, por ello desde el VIII y durante el VII a.c a esta etapa se ha denominado “Fase Orientalizante” o Tartéssica. 

La descripción mas extensa de Tartessos como realidad territorial se halla en el poema “Ora Marítima”, escrito en el siglo IV d.c. por Rufo Festo Avieno, que lo sitúo en Cádiz. Otros autores lo han situado en la isla de Saltés (en la ría de Huelva), otros en la propia ciudad de Huelva, también en el Carambolo, en el Aljarafe sevillano, en Mesas de Asta y hasta en Cartagena.
Tartesos ha suscitado mucho interés por su generalizada identificación con el Tarsis bíblico, que supone la primera mención de la Península Ibérica en las fuentes escritas. Y porque entre los especialistas e investigadores aún se debate si Tartessos es una realidad social preexistente a los inicios de la presencia fenicia o es la consecuencia de un proceso de interacción / aculturación, ahora gusta de llamar un proceso de hibridación. (En la foto el tesoro del Carambolo, Camas, Sevilla. Museo arqueológico de Sevilla).
En este sentido el contenido histórico que cabe atribuir a Tartessos es el desarrollo de una sociedad de carácter urbano y estatal en el sudoeste peninsular como consecuencia de su integración en las redes de comercio e intercambio atlánticas y mediterráneas. La fundación de las primeras colonias fenicias en la Península Ibérica provoco un importante aumento de esa interacción entre las poblaciones locales “tartésicas” y los colonos y comerciantes fenicios. Así en el mundo “tartésico” se produjo la adopción de la tecnología, ideología y cultura material fenicia u oriental sensu lato. En suma la presencia fenicia constituyo el motor de cambio social, como muestra el registro arqueológico. Y su consecuencia fue la creación de Tartessos, como expresión del estado fenicio en occidente.
De modo que los fenicios cuando arribaron al sudoeste peninsular, lo hicieron a un lugar habitado y socialmente complejo, y con una configuración geográfica muy diferente de la actual.

Así, la paleo desembocadura del río Guadalquivir dista mucho de ser la misma que presenta en la actualidad. A finales de la edad del bronce la desembocadura del Guadalquivir se situaba en la inmediaciones del Cerro de San Juan (Coria del Río), corroborando las noticias de Avieno en su “Ora Marítima”, sobre la existencia de un golfo marino a los pies de las antiguas bocas del río, lo que en época romana fue el lago Ligustino. Esta ensenada atlántica, origen de la actual comarca marismeña, alcanzo su mayor extensión a mediados del Holoceno, durante el máximo transgresivo flandriense (hace unos 6000 año).
Hacia el 2000 a.c. los limos aportados por el Guadalquivir acabarían por formar un delta interior, lo que motivo el desplazamiento paulatino de la desembocadura y el relleno progresivo de la cubeta del golfo. Aguas arriba se fue conformando una llanura de inundación que llego hasta la Sevilla protohistórica (Spal).

Algunas de las pocas reconstrucciones realizada del entorno, sostiene la existencia de un medio de tipo mediterráneo con masa arbórea, compuesta de encina, alcornoque, acebuche y pino piñonero, además de arbustos como el lentisco, la jara, la aulaga y el romero, también de los testimonios que aportan las fuentes escritas se puede concluir que la cantidad de ciudades a orillas del golfo delatarían un entorno natural de abundantes recursos.

Las monedas de las cecas turdetanas ribereñas del estuario del Guadalquivir presentan en sus tipos algunas de las bases económicas comarcales: la pesca en Caura (Coria del Río) y en Conobaria (Las Cabezas de san Juan), la ganadería en Orippo (Torre de los Herberos, Dos Hermanas). La vid en Osset (San Juan de Aznalfarache), la agricultura cerealista en Ilipa (Alcalá del Río) la explotación de bosques de pinos en Olont (Aznalcázar).
Así pues, el proceso se inicio en los comienzos del siglo VIII a.c. partiendo del castillo de Doña Blanca. Los fenicios no llegaron a Tartessos, sino a una región intensamente habitada por indígenas del Bronce Final. Tartessos es una consecuencia del proceso iniciado a comienzos del siglo VIII a.c.
Gadir (Cadiz) según la tradición clásica fue la primera ciudad que fundaron en la Península Ibérica, esa misma tradición habla de que fue “80 años después de la Guerra de Troya”, lo que la situaría en el 1104 a.c, pero aunque sigue siendo valida la afirmación de que Gadir es la fundación mas antigua en la Península Ibérica, las evidencias arqueológicas ofrecen como fecha para las fundaciones de asentamientos fenicios en las costas ibéricas el siglo VIII a.c.
En el ámbito del Aljarafe sevillano, el fondo de cabaña de El Carambolo, ofrece elementos de gran interés para el análisis de los momentos iniciales de contactos, uno de ellos corresponde a una copa de 16,6 cm de diámetro, el segundo pertenece a una copa menor de 9,9 cm de diámetro, ambas proceden de los estratos III y IV es decir de un contexto característico del bronce final prefenicio. El Carambolo debió constituir un centro indígena de importancia en los comienzos del antiguo estuario del río Guadalquivir y desde luego la información de los primeros productos fenicios llegados a este punto. También uno de esos poblados es el de Tejada la Vieja (Escacena del Campo), en una de las viviendas que se distribuye en varias estancias, encontramos una dedicada a almacén, y se hallo repleta de ánforas.
Poco mas al sur del Carambolo, el propio Aljarafe, proporcionó otro enclave en altura, la ciudad de Osset de la que se conocen hallazgos calcolíticos y protohistóricos. Todavía aguas abajo, dos ciudades importantes controlaban las puertas del estuario, antes de que el río se convirtiera en mar; Caura al oeste y Orippo al este. En el Cerro de San Juan (Coría del Río) se documentan según el profesor Escacena, productos de importación orientales, tales como vasos bícromos a torno, cerámica de barniz rojo y ánforas fenicias, aunque quizás lo mas destacado por el momento, de este asentamiento sea su santuario del siglo VIII a.c. Así la propuesta del profesor José Luis Escacena “Fenicios a las puertas de Tartessos” sostiene, que los fenicios que desde finales del siglo IX o principios del VIII habían asentado una comunidad importante en Gadir, pusieron sus miras muy pronto en la gran vía de penetración hacia el interior de Tartessos que suponía el Guadalquivir. Los intereses económicos de la colonización fueron los que condujeron a este grupo a establecer una colonia en Sevilla (Spal), justo en el punto de máxima penetración posible de los barcos marítimos por el estuario del río. A su vez colocaron frente al nuevo emporio un importante santuario dedicado a Astarté (El Carambolo). Mas al sur unas cuantas familias se asentaron río abajo junto a los tartessios de caura. Aquí los fenicios consagraron un templo a Baal Saphón, patrón de los marineros y protector de los navegantes. Templos y santuarios fenicios quedan atestiguados en Coria del Río, el Carambolo, casa-palacio del Marqués de Saltillo en Carmona, Montemolin en Marchena, Mesa de Setefilla en Lora del Río.
Así casi todo el paleoestuario del Guadalquivir acabo diseñado como un paisaje colonial que se perpetuo hasta el siglo VI a.c., la colonización fenicia logro instalarse en las puertas de Tartessos hasta la rebelión Turdenata de fines del siglo VI a.c. que, personalizada en los acontecimientos encabezados por el rey Terhón y recogidos por Macrobio (1,20,15) inauguró un nuevo sistema de relaciones coloniales entre la comunidad indígena y los fenicios de Cádiz.
La ubicación de los poblados tartésicos denotan un sistema económico complejo e integral basado en la agricultura, la ganadería y la metalurgia, continuando así las actividades iniciadas desde los comienzos de la edad de cobre. La metalurgia constituyo un factor de extraordinaria importancia, pero no hay que olvidar la intensificación y diversificación de la producción agrícola y ganadera. Además de productos como el vino, aceite y la púrpura, los restos arqueológicos – básicamente de ánforas- denotan un extraordinario trafico comercial durante los siglos VIII y VII.
Dentro de la producción agrícola, solo a finales de este periodo circa 800 a.c. se empieza a documentar la introducción de nuevos cultivos como consecuencia de los contactos con otras regiones mediterráneas. Se trata de la vid, cuyo cultivo ha quedado bien documentado ya desde finales del siglo IX a.c. en el territorio agrícola de Huelva y tuvo importantes repercusiones en la forma de posesión de la tierra en el periodo orientalizante y en la esfera convival, al permitir el consumo del vino en los banquetes. Cabe destacar como productos agrícolas, según el castillo de doña blanca, el trigo, cebada, avena, garbanzos, lentejas, vid y aceitunas, pero de ellos el vino y el aceite pudieron constituir industrias con mas beneficios y en competición con otros lugares del mediterráneo, como denotan en este caso las ánforas que pudieron envasar vino o aceite. Aunque la producción agrícola sigue siendo básicamente cerealística, constituye la principal novedad la generalización del cultivo de la vid y del olivo, surgiendo en ese momento en la Península Ibérica el policultivo mediterráneo cereales, vid y olivo.
Como ya hemos apuntado anteriormente, antes de poner en cultivo la vid, los fenicios primero y después cartagineses y griegos comerciaron con su vino, entre otros productos, a cambio esencialmente de los metales existentes en la Península Ibérica.
La vid tenía una gran carga simbólica en el próximo Oriente y posteriormente en Grecia y Roma. Era símbolo de fertilidad y riqueza, por ello su consumo era algo ritualizado. Estas características también fueron trasmitidas a las sociedades del mediterráneo occidental colonizadas por fenicios, púnicos y griegos.

Así durante siglos en los territorios Ibéricos, el consumo del vino era patrimonio de las capas dirigentes, el vino era un bien de lujo y por tanto de prestigio social, era una bebida “elitista”. 

Sin duda, es en el periodo protohistórico sevillano cuando se dará el salto de ser consumidores a también productores de vinos. Los vestigios materiales que mejor dan cuenta de ello son los contenedores de vino, el cultivo de la viña y los lagares, apoyados, como no, por las fuentes escritas de la época, la epigrafía, la numismática y la literatura posterior .

Conforme se van sucediendo los siglos del I milenio a.c la producción anfórica indígena va en aumento. Estas ánforas se encuentran en yacimientos como L’Alt de Benimaquia (Alicante), otros mas cercanos como La Torre de Doña Blanca (Puerto de Santa María, Cádiz), Setefilla que pertenece al municipio de Lora del Río (Sevilla), el Cerro Macareno en la Rinconada (Sevilla) y en muchos otros yacimientos tanto costeros como del interior, principalmente de Andalucía y el Levante español, todos ellos con un rasgo común, su pertenencia a la llamada cultura orientalizante, que caracterizo estos siglos y estas zonas geográficas.

La cerámica de engobe rojo, es característica de la primera ocupación fenicia siglos VIII y VII a.c. Y los enócoes (oinochoe o oenochoe) son verdaderas obras maestras de alfarería, se presentan en dos tipos el de boca de seta y el de boca trilobulada (es una jarra de vino que sirve para sacar el vino de una crátera —donde ha sido aguado— antes de servirlo. Así en Morro de Mezquitilla Málaga desde aproximadamente 750 ac se hallo una boca de ánfora y un oinocoe boca de seta.

El de la foto corresponde a un oinochoè procedente de Alcalá del Río (Sevilla), estudiado por Diego Ruiz Mata » sin que podamos precisar su lugar exacto, y que no procede de una tumba, como es lo natural en este tipo de vasos. Tal vez proceda de una de las embarcaciones que surcaban las aguas del Guadalquivir en tiempos tartésicos, pues sabemos por Estrabbn que el río era navegable hasta Ilipa Magna (Alcalá del Rio) en época prerromana y en embarcaciones de poco calado.

La adopción en la alfarería del torno rápido supuso la salida de la producción cerámica del ámbito doméstico para adquirir carácter artesanal. A partir al menos del siglo VII a.c. los talleres alfareros tartésicos comenzaron a producir ánforas cerámicas. 

La localización de vestigios materiales del cultivo de la vid, para la época que estamos manejando, es una tarea de una gran dificultad, por su corta permanencia en el tiempo, al ser un material perecedero. Hasta el momento solo conocemos la investigación realizada por Juan Carlos Vera Rodríguez y Alejandra Echevarría Sánchez de la Universidad de Huelva presentado en su trabajo: “Sistemas agrícolas del I milenio a.c. en el yacimiento de la Orden – Seminario de Huelva. Viticultura protohistórica a partir del análisis arqueológico de las huellas del cultivo”. Las viñas documentadas forman campos o parcelas de cultivo definidos a partir de la asociación espacial de tipologías de plantación homogéneas, uno de cuyo atributos compartidos es el de disponerse formando alineaciones longitudinales (liños) a base de zanjas o de fosas distribuidas en paralelo y con rangos de separación estandarizados.
Los lagares son sin duda los vestigios materiales mas definitorios de una zona de producción de vino. Hasta el momento presente son pocos los lagares encontrados y se circunscriben al Levante y Andalucía occidental y corresponden cronológicamente al periodo denominado cultura Ibérica, por el contrario en el horizonte cultural anterior, es decir el periodo orientalizante, no se han hallado, hasta ahora, ninguno a pesar de los esfuerzos realizados estos últimos años.
Los lagares documentados guardan gran similitud con los lagares del Mediterráneo Oriental, que consistían fundamentalmente en acondicionar el suelo para recibir las uvas, en muchas ocasiones se enlucía con cal o arcilla para impedir las filtraciones. La mayoría de los lagares estaban labrados en la propia roca y solían ser una o mas piletas destinadas a recepcionar el mosto. Estos lagares estaban próximos al viñedo, no así el almacenamiento del mosto que se hacia en el palacio o en los santuarios.
El yacimiento arqueológico mas significativo y por el momento mas antiguo de la Península Ibérica es L’Alt de Benimaquia en Denia (Alicante). Se trata de un poblado fortificado de finales del siglo VII a.c. y buena parte del siglo VI a.c. y origen indígena que tuvo fuertes influencias fenicias. En lo que se ha considerado el origen del poblado, y por tanto el punto más alto y con mejor defensa, se han encontrado cuatro lagares. Cada uno de ellos está compuesto por una plataforma para el pisado de la uva, una balsa de fermentación a la que caía el mosto y que dispone de una escotadura para la recogida del vino.
Los mas cercanos a Sevilla son los hallados en los poblados de Las Cumbres y Doña Blanca, ambos en El Puerto de Santa María (Cádiz), muy parecidos a los levantinos, pero de una cronología posterior, que pertenecen a la época turdetana.

El poblado de Doña Blanca vinculado a las colonizaciones fenicias cuenta con una potencia estratigráfica desde comienzos del siglo VIII a.c. hasta finales del siglo III a.c. El lagar allí encontrado esta datado en el siglo IV a.c y cuenta con tres piletas. Sin embargo se ha documentado en este yacimiento vitis vinifera en el siglo VIII a.c.

Pero aun, en lo que podíamos llamar el horizonte de la cultura Ibérica, el consumo del vino continuaba teniendo un carácter restrictivo muy ligado a las aristocracias civiles y religiosas.

El yacimiento Ibérico los Villares en Hoya Gonzalo (Albacete), es quizás de los mas paradigmáticos, con las dos silicernia (conjunto de objetos que acompañan al difunto formando su ajuar) en ella encontradas (desde finales del siglo VI a.c hasta inicios del IV a.c.), dan una gran información sobre los ritos funerarios y en los que el consumo del vino tuvo un especial protagonismo.

En Sevilla habrá que esperar al siglo III a.c. para tener noticias de la existencia de uno de ellos. Los turdetanos mantenían una población en el Cerro de Chaboya (San Juan de Aznalfarache, Sevilla) y que además, se trataba de un enclave comercial y productor de vino.

Entre los descubrimientos se encuentran los vestigios de un antiguo lagar turdetano, (En la foto reproducción del mismo que se puede visitar en el «Enclave arqueológico» de San Juan de Aznalfarache), que dejan muestra de la importancia del vino en la zona, entre los hallazgos se observa una escalera que posiblemente permitía el acceso a la bodega de almacenamiento de vino del lagar así como una canaleta a través de la que se realizaría el trasvase del vino.

Las obras del Metro de Sevilla a su paso por esta localidad depararon una sorpresa al encontrar parte del pasado histórico de la ciudad en el barrio del Monumento. Se encontró también parte de la villa romana de Osset Iulia Constantia. Además también se documentó parte de la muralla de la fortaleza almohade (siglo XII) de Hins al Faray. 

El paso del periodo orientalizante Tartésico al periodo turdetano se produce realmente de una manera gradual, observándose entre fines del siglo VI y los inicios del V.a.c. la decadencia y cambio estructural de tartessos tanto por razones externas como internas. Para algunos autores como A. Schulten, tartessos fue destruida entre los años 520 y 509 a.c. como consecuencia de la batalla de Alalia, librada en el 535 entre cartagineses y etruscos contra los griegos. Para otros como Maluquer de Montes: “solo queda una explicación lógica para la desaparición de tartessos, su decadencia interior”.
La cultura ibérica, representa el paso de la prehistoria a la historia antigua de la Península, su aparición o formación es consecuencia de un complejo fenómeno de aculturación por efecto del contacto con los pueblos coloniales sobre un sustrato cultural orientalizante. Éste a su vez, era fruto de la previa aculturación fenicia sobre las gentes tartésicas, estos contacto son mucho mas que contactos comerciales, es la introducción del hierro y el torno de alfarero y la introducción de nuevos ritos y creencias que se deducen del uso del vino y de amuletos en el campo religioso.
Los griegos de Focea supieron aprovechar las circunstancias favorables (caída de Tiro en el año 572 a.c.) para introducirse en un mercado desconocido y a la vez fabuloso como testimonia el viaje de Colaios. Desde el mediterráneo septentrional hasta Huelva, apareciendo productos del comercio colonial focense, entre los que destacan copas para beber, elemento claramente relacionado con el comercio del vino destinado a la elites sociales. Tras la batalla de Alalia, en la que es destruida la flota focense las relaciones comerciales dejan de existir.
La “colonización” griega en la Península Ibérica representa solo una pequeña parte dentro de las relaciones que se desarrollaron de Este a oeste en el Mediterráneo a lo largo de los últimos tres milenios a.c. Los contactos mas antiguos se remontan al tercer milenio a.c. Fortificaciones como los Millares (Almeria) o Zambujal en la costa atlántica portuguesa, recuerdan asentamientos del mundo mediterráneo oriental. Los primeros objetos griegos llegaron a las costas meridionales peninsulares cuando los fenicios ya habían establecido sus primeros asentamientos en la costa andaluza. La pieza mas antigua de cerámica griega hallada en la Península procede de Huelva tartésica.
Las primeras ánforas SOS fueron transportadas, a partir de finales del siglo VIII a.c. en barcos euboico y corintios, siendo trasportadas desde Sicilia en barcos fenicios a la Península, según H.G. Niemeyer sospecha que no todas las ánforas del tipo SOS habrían contenido aceite, sino también vino, con las que tal vez se habrían importado al mismo tiempo los vasos correspondientes, como los escifos euboicos de Huelva (El escifo es uno de los vasos característicos del simposio, el vaso, frente a la copa que pasa de mano en mano entre los simposiastas, donde se realiza la bebida individual), y las cotiles corintias y sus imitaciones de Toscanos. (En la foto: Cerámica griega. Fragmento de escifo ático de figuras negras. Atribuida al Pintor KY.Calle del Puerto 10, Huelva. Cronología: 580-570 a. C. Museo Arqueológico de Huelva).

Desde el 580 a.c. ya se dispone de una amplia serie de cerámicas griega. Otras mercancías, como vino y aceite, fueron trasportadas en ánforas corintias, samias, jonias y de Quíos, también en ánforas SOS, áticas y jonias “à la brosse”. Esta densidad de hallazgos indica la presencia de comerciantes griegos como mínimo durante dos generaciones, entre los años 600 a 540 a.c. aproximadamente.

De los barcos hundidos (pecios), el más antiguo, de reciente excavación, es el excepcional yacimiento de la Cala Sant Vicenç (Pollença, Mallorca), un navío griego de finales del siglo VI a.C. La filiación de este barco es indudable ya que, aparte un lote de ánforas ibéricas, el resto de materiales son de producción griega, tanto las ánforas y la vajilla fina como, significativamente, las cerámicas comunes y de cocina (estos últimos no parecen ser elementos susceptibles de ser comercializados si no más bien piezas de uso cotidiano de la tripulación). Entre las ánforas griegas la gran mayoría de los ejemplares corresponden a ánforas de vino de origen suditálico, con toda seguridad, fabricadas en centros de la Magna Grecia o Sicilia. ( En la foto: Buzos trabajando en el pecio ‘griego’ de Cala San Vicens).
La cerámica de lujo era la mercancía secundaria, ya que la principal la constituían los productos perecederos de los que no quedan restos para la arqueología, como tejidos, vino, aceite, etc. que serian transportados en pellejos. El sátiro de la necrópolis Ibérica del Llano de la Consolación (Montealegre, Albacete), pertenece a las postrimerías del siglo VI a.c., en su momento formaron parte de la decoración del borde de grandes vasijas de bronce destinadas a la mezcla de vino y agua.
Los griegos no solo contaban con técnicas nuevas, sino también con ideas y costumbres, como, por ejemplo, las relacionadas con el ambiente del sympósion. Y precisamente en este entorno puede afirmarse que desde las primeras relaciones entre indígenas y griegos hubo escasas importaciones de vino, y seguramente muy costosas, ya que los iberos producían su propio vino desde el siglo VI a.c. La dificultad estriba en demostrar hasta que punto esta mencionada institución había sido aceptada y asimilada por estas sociedades indígenas, por ejemplo en el empórion griego se puede aceptar la presencia de toda la vajilla simposiástica y su ritual correspondiente. Pero en Ullastret y, aun mas, en el mundo aristocrático de Tartessos y del Levante, es posible apreciar modificaciones en las diferentes partes de las que consta el sympósion.
A la caída de Tartessos, entendida como la disolución de la cultura orientalizante del suroeste peninsular, sucede un periodo mal conocido que debe considerarse el inicio del mundo turdetano. Las circunstancias concretas en que se produjo la desaparición de Tartessos y la aparición de sus sucesores turdetanos son aun desconocidas, aunque en algunas excavaciones se han señalado hacia inicios del siglo V a.c.
Un pequeño palacio de tipo orientalizante descubierto en Cancho Roano de indudable origen tartésico pero utilizado hasta el siglo IV a.c. da idea de lo que serian los palacios de estos reyes y reyezuelos, al sur de dicho palacio se situaban los almacenes bien organizados. Al fondo había ánforas con vino, en otras estancias habían también ánforas conteniendo trigo, habas.
Pero desde el punto de vista de la economía del momento, puede ser mas significativo el yacimiento arqueológico conocido como Edificio protohistórico de la Mata (Campanario, Badajoz), que también pertenece al modelo de población de los siglos VI al V a.c. su función estaría más orientada al aprovechamiento agrícola, ganadero, forestal y cinegético. En el interior, además de la correspondiente zona residencial, habría otras dedicadas a almacén y a la realización de las labores de transformación de los productos. Así, durante las excavaciones, se encontraron numerosos molinos e incluso un lagar. El corredor del edificio, es un gran pasillo de orientación Norte-sur que articula la comunicación entre los diferentes sectores del mismo. En su extremo norte se construyo un lagar para la obtención de vino, Se trata de una balsa finamente enlucida, con una abertura de vertido en el frente. Encima se dispondría un tablado sobre el que se pisaría la uva. Justo delante en el suelo, se abrió un agujero para acuñar el vaso colector (en la foto lagar de la Mata).
En esta línea (de Cancho Roano) debe considerarse un gran deposito de cerámicas halladas en Alhonoz (Sevilla). Y se conocen grandes recipientes de bronce como los de Cancho Roano, en el Cerro Macareno o Espartinas (Sevilla).
Aunque no desaparece la producción minero-metalúrgica la principal novedad de la economía turdetana es el desplome de dicha actividad, el segundo elemento de diferenciación respecto al periodo anterior es la desaparición entre mediados y finales del siglo VI a.c. de los numerosos asentamientos agrícolas y se da un proceso de concentración de población en centros fortificados oppida. No obstante no toda la producción agrícola se destinaba al autoconsumo, sino que parte debió comercializarse, principalmente en el caso del vino y del aceite.
En el libro III de la Geografía de Estrabón, es una buena fuente para conocer el estado de la Península Ibérica en el siglo I a.c.. Y en lo referente a la Turdetania nos dice: “ No permite hipérboles si se lo compara con todo el mundo habitado, gracias a su fertilidad y a los bienes de la tierra y el mar. Esa región es la que recorre el río Betis… A la región la denominan Bética por el río y Turdetania por sus habitantes…. La extensión de este País no es, en longitud y anchura, superior a dos mil estadios (1 estadio = unos 175 m.), pero sus ciudades son extraordinariamente numerosas (Córdoba, Cádiz, Sevilla y Betis ( no ha sido identificada. Pudiera ser Triana?)…. Tras estas encontramos Itálica e Illipa, Astigis, Carmo y Obulcon (Porcuna), Munda (lentejuela), Ategua, Urson, Tuccis, Ulia y Aspavia…. Pero la propia Turdetania goza de unas asombrosas condiciones. Además de ser ella misma productora de todo y en abundancia, duplica sus beneficios con la exportación, pues el excedente de sus productos es fácilmente vendido por sus números barcos mercantes…. De Turdetania se exporta trigo y vino en cantidad, y aceite no solo en cantidad sino también de la mejor calidad…. cera, miel, pez cochinilla”.
La Hispania o Iberia cartaginesa fue un periodo de la historia antigua de la península ibérica que comenzó con el paso de la dirección de las colonias fenicias a Cartago (Cartago era la principal colonia fenicia, beneficiada por su posición central en el Mediterráneo), coincidiendo con la caída de las antiguas metrópolis fenicias del Mediterráneo oriental, particularmente Tiro, ante Nabucodonosor II -573 a. C., y se mantuvo en el tiempo hasta su derrota frente a los romanos en la segunda guerra púnica (206 a. C.). La influencia cartaginesa, espacialmente se limitó a la mitad sur de la península ibérica. El topónimo Iberia era el usado en lengua griega, mientras que Hispania era el usado en latín por los romanos, derivado probablemente del topónimo fenicio-cartaginés y-spny («costa del norte»).
La presencia cartaginesa en Hispania sucedió a la fenicia, que se remontaba con la fundación mítica de Gadir (Cádiz). Las colonias fenicias obtuvieron el control de las rutas comerciales mediterráneas en competencia con las colonias griegas, que fueron excluidas de la zona del Estrecho de Gibraltar. Las rutas atlánticas fueron monopolizadas por los fenicios, que se beneficiaron del comercio de los metales (estaño de las Islas Británicas y Galicia). La continuidad básica del conglomerado fenicio-occidental se encuentra demostrada de una manera arqueológica. Fueron por consiguiente estas comunidades púnicas las que mas tarde perduraron hasta los llamados tiempos tardo-púnicos. Y ellas mismas las que después del hundimiento de Cartago, finalmente se “romanizaron”. En la foto: ánforas púnicas del siglo III a.c en el Museo arqueológico de Sevilla.
Cartago había venido fomentando su hegemonía política (durante los siglos V y IV a.c.) como se aprecia arqueológicamente en Mastia de Tartessos, en una clara connivencia con la “liga púnica gaditana”. Puede hablarse en relación a Gadir de la proyección de una verdadera talasocracia occidental. En efecto, desde finales del siglo VI a.c, en adelante, durante los siglos V-IV y III a.c., las evidencias aportadas por la arqueología atestiguan que la ciudad de Gadir encabezaba nuevamente este apogeo del comercio institucional. Se introdujeron en el mediterráneo durante los siglos V y IV a.c. las ánforas “gaditanas” del tipo Mañá-Pascual A-4 y A-5, contenedoras entre otros productos del garum.
Las industrias mas florecientes – de los mares y territorios dominados por los “aliados” de Cartago (La liga púnica gaditana)- eran las dedicadas a la elaboración de productos alimenticios. Y entre ellos, aparte de los derivados de las explotaciones agrícolas de las tierras, como serian el aceite y el vino, destacaron sobre todo las industrias de salazones.
Una prueba mas de ese intenso comercio púnico – gaditano lo encontramos en los diversos pecios, como el de El Sec ( Calvià, Mallorca), es comparable a una foto instantánea de aquella época (mediados del siglo IV a.c.) en la que quedan fielmente reflejadas las complicadas relaciones comerciales del momento. Por el cargamento que contiene, podemos suponer que el barco partió del Egeo oriental, ya que de Samos proceden ciento cincuenta ánforas, de Corintio mas de cincuenta ejemplares y ochenta del mediterráneo central. De este yacimiento se ha llegado a reconstruir parte de lo que debió ser un cargamento con una enorme cantidad de ánforas, piezas áticas de vajilla fina además de vasijas de bronce, un lote de molinos, etc. En este caso la constatación de que las cerámicas comunes y de cocina son predominantemente púnicas ha permitido interpretar que se trataría de un mercante púnico que distribuía productos griegos hacia la Península Ibérica.
Esa “alianza” púnica – gaditana, quedo quebrada en el 237 a.c. cuando el general cartaginés Amilcar Barca desembarca en la ciudad de Cádiz e inicia una política de ocupación del territorio.

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